La alquimia del cambio

Más de 100 días sin publicar un blog. 80 con mi documento de Word abierto, mis notas en el celular y un documento de Google… todo para escribir acerca del cambio. Y es que mi vida dio un giro de 180, 360, 120 y 210 grados (al punto que ya no sé en qué grado quedé) en estos últimos meses. Cada vez que me siento a escribir acerca del cambio, tengo algo nuevo que decir con todo lo que está pasando.
En este momento sigo en el ojo del huracán, o tal vez es un nuevo huracán, no estoy segura. Pero lo que sí sé es que he aprendido mucho en estos últimos meses acerca del cambio.

Así que, ¡Alexa, pon Changes de David Bowie!

El cambio es incómodo

No sólo es incómodo; siempre suele tener un tinte estresante. Y esto tiene una razón evolutiva. A nuestro cerebro no le gusta el cambio. No importa si tu situación actual es negativa: nuestro cerebro sabe qué esperar y puede predecir lo que va a pasar. Lo nuevo es impredecible, y entre más grande es, más complicado para nuestro cerebro. Para él, esto significa inseguridad. Entonces prefiere evitar lo desconocido; por eso sentimos esa resistencia.
Cuando intentas algo por primera vez, tu cerebro te manda todas las señales posibles de miedo y ansiedad… hasta que aprende a adaptarse a la nueva situación. Nuestro cerebro está cableado para evitar lo desconocido, para quedarnos en lo seguro. De ahí viene toda la idea de la zona de confort.

Cumplir nuestros sueños se siente… raro

La parte que me parece interesante (y molesta) es cuando el cambio es algo que añorábamos, soñamos y planeamos. Cuando ese trabajo de ensueño llega, cuando por fin nos podemos mudar a esa ciudad en la que siempre quisimos vivir, cuando nos aceptan en la universidad de nuestros sueños, cuando nos casamos con la persona correcta, o nos mudamos a nuestro nuevo departamento.
En teoría, es algo que quisimos con todas nuestras fuerzas y que por fin se está cumpliendo. Entonces, ¿por qué se siente tan confuso? ¿Por qué le cuesta trabajo a nuestro cerebro aceptar esta nueva realidad si es lo que siempre quisimos? ¿Por qué, si son buenas noticias, nos cuesta trabajo dormir?

Chris Hadfield y yo ;)

Hace unos años tuve la oportunidad de conocer al Coronel Chris Hadfield, un astronauta canadiense. Cuando Chris tenía 9 años, vio cómo el Apolo 11 aterrizó en la Luna. A partir de ese día, la idea de ser astronauta se creó en su mente.
Pero había un gran obstáculo: en Canadá no existía una estación espacial, y por ende, no había astronautas. Pero después de ver a Neil Armstrong llegar a la Luna, algo que segundos antes parecía imposible, Chris entendió que quizá cosas imposibles podían suceder.
A partir de ahí, se preparó toda su vida para poder cumplir ese sueño. Estudió ingeniería mecánica y luego una maestría, se unió a la Fuerza Aérea Canadiense y escaló posiciones hasta convertirse en piloto, luego piloto de combate y finalmente piloto de prueba, ganándose la reputación de ser uno de los mejores. Años después, cuando Canadá finalmente creó su agencia espacial, Chris estaba listo. Aplicó, enfrentándose a meses de exámenes físicos, docenas de entrevistas y una incertidumbre constante… hasta que un día llegó la llamada que había esperado desde que tenía 9 años: era astronauta.
El día que lo conocí le pregunté cómo se sentía haber alcanzado un sueño que parecía imposible, uno por el que había trabajado toda su vida. Su respuesta no fue lo que esperaba: “Primero un gran shock, y después… raro, muy raro”. ¿Raro? Yo hubiera esperado felicidad y  orgullo, pero se sintió… raro.

Y una vez que llegas a tu gran meta en la vida, ¿qué pasa después?
Chris: “Encuentras un nuevo sueño”.

El mudarme a Nueva York hace 5 años fue algo con lo que soñé por años. Fue una meta imposible, algo que luché y creí perdido muchas veces. Y de repente, todo se alineó y en cuestión de un par de meses, aquí estaba. Y después de años de luchar por estar aquí y lograrlo… el cambio se sintió… raro y abrumador y triste e increíble y aterrador y la mejor decisión de mi vida, todo al mismo tiempo.

El cambio duele

En este largo episodio de escribir sobre el cambio, descubrí algo: el cambio viene acompañado de duelo. Solemos asociar el duelo con la muerte de alguien cercano, pero no tanto cuando tenemos un gran cambio en nuestra vida, y mucho menos cuando el cambio es un sueño cumplido.
El cambio conlleva despedirse de muchas cosas, de una rutina y seguridad que nos acompañó por mucho tiempo. Es cerrar un libro y pausar una película sin llegar al final.
El cambio atrae la nostalgia de los tiempos vividos: de la gente, los lugares y las situaciones que vivimos. Hace que no solo nuestros escenarios cambien, sino muchas veces los personajes. Personas de las que no estamos listos para despedirnos y a quienes nos aferramos con todas nuestras fuerzas. Queremos que nuestra relación sea la misma de antes, pero dentro de nosotros sabemos que ya no va a ser lo mismo.
Pero el cambio es lo que nos hace crecer, lo que nos abre nuevas puertas que antes no creíamos posibles o que ni siquiera habíamos imaginado.

Pociones y hechizos para adaptarnos al cambio

Hace unos meses, después de años de rutina y certidumbre, mi vida cambió en una sola mañana: me ofrecieron un trabajo en Nueva York, con visa incluida.
Mi ansiedad y miedo suelen ser piloto y copiloto de mi vida cuando grandes cambios y oportunidades se presentan. Pero en esta ocasión decidí intentar un camino diferente.

Decidí que esta situación era algo positivo y que la iba a tratar como tal. Decidí estar presente para este momento, disfrutar cada paso, cada entrevista, cada negociación. Decidí que esta oportunidad llegó a mí porque puedo con ella.

Y honestamente, he descubierto que el cerebro compra la narrativa que le vendes. Puedes ser una persona miedosa o una persona valiente. La única diferencia entre el miedo y la valentía es que el miedo paraliza y la valentía nos obliga a actuar. Ambas se sienten igual: manos sudorosas, un hoyo en el estómago y la garganta seca.
El miedo es primitivo y parte esencial del ser humano, es nuestro instinto de supervivencia. Pero es ahí donde decidimos: dejamos que el miedo nos domine o dejamos que sea solamente un acompañante. Como dice Elizabeth Gilbert en Big Magic: le pides al miedo que te deje tomar el lugar del piloto y que se siente en el asiento del copiloto, contigo, pero sin tener el control.

El mundo es lo que nuestro cerebro decide que es. Lo que tú piensas y percibes es la realidad. Nuestra percepción es la reina de nuestra vida.

Nuestro cerebro tiene recursos limitados; recibimos miles de estímulos cada segundo y debe decidir qué es relevante y qué no. Es un gran filtro de información. Es la idea donde las mujeres embarazadas ven mujeres embarazadas y bebés en todos lados: su filtro está en ser mamá. Por eso es importante saber que el cerebro puede usar sus recursos para enfocarse en lo negativo, el estrés, el dolor y el sufrimiento, o puede usarlos para ver oportunidades, ser resilientes y cultivar gratitud y esperanza.

Me lo imagino, luego existo…

La visualización puede ser una herramienta poderosa para ayudar a nuestro cerebro a enfrentar el cambio y a volvernos mejores. Hoy en día, es usada comúnmente por atletas olímpicos y de alto rendimiento. Michael Phelps, por ejemplo, se imagina cada competencia: cómo entra al agua, cada brazada, cómo va de lado a lado de la alberca. Serena Williams visualiza cada paso que da en la cancha, cada movimiento de su raqueta.

Esta técnica le ayuda a nuestro cerebro a ensayar situaciones en nuestra vida, a sentirse más cómodo cuando la situación real se presenta. Esto pasa porque nuestro cerebro no diferencia completamente entre lo real y lo vívidamente imaginado; registra ambas como experiencias.

Una diferencia importante que recalcar es la diferencia entre visualización y rumiación. Rumiar es darle vueltas a la situación, imaginando el peor escenario posible. La visualización prepara al cerebro y lo hace sentirse más tranquilo y listo para enfrentar la situación. La rumiación, en cambio, te bloquea.

El cambio nos mantiene vivos

El cambio es lo que nos mantiene avanzando y creciendo como personas. Es inevitable y necesario. Es una montaña rusa de emociones, impredecible, a veces terrible, a veces maravilloso. El cambio no termina con una meta alcanzada; más bien, es un ciclo constante. El aprender a fluir con el cambio tiene el poder de hacernos resilientes, más fuertes y más sabios.

El cambio es lo que nos mantiene vivos.


-Pam 

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